Hoy les traemos el cuento de El rey Midas. Un rey muy avaro que quería todo el oro del mundo. Este cuento de la mitología griega nos cuenta una moraleja sobre la avaricia.
El rey Midas
Había una vez un rey muy avaro que vivía en la región de Frigia. Era el rey Midas, que tenía mucho dinero, muchas riquezas y estaba obsesionado con el oro. Y, aunque tenia mucho quería tener aún más oro.
Un día el rey Midas le hizo un favor al dios Dionisos, cuidó de una pesona de su séquito con mucha amabiliad. Y Dionisos agradecido le dijo:
– Lo que me pidas, te concederé.
– Quiero que se convierta en oro todo lo que toque – dijo Midas.
– ¡Qué deseo más absurdo, Midas! Eso puede traerte problemas. Piénsalo, Midas, piénsalo.
– Eso es lo único que quiero.
– Así sea, pues – dijo el dios.
Deseo concedido. El rey Midas estaba loco de contento porque tocaba cualquier cosa e inmediatamente se convertía en oro. La pared de su palacio, las sillas, las lámparas, hasta las alfombras se convertían en oro si las tocaba el rey Midas. Pero enseguida llegaron los problemas.
Cuando quiso comer todos los alimentos se volvieron de oro. Entonces Midas no aguantó más. Estaba a punto de morir porque ni siquiera podía comer. Salió corriendo espantado en busca de Dionisos.
– Te lo dije, Midas – sentenció el dios Dionisos-, te lo dije. Te has comportado como un estúpido. Si quieres salvar tu vida, báñate en la fuente donde nace el río Pactolo, y perderás al instante el don que te di.
Midas corrió hasta el río y se hundió en sus aguas. Así estuvo un buen rato. Luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas.
¡Midas era libre! Desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió tranquilo como el campesino más humilde.
Y sí, esa también es la razón por la que hay tanto oro en las arenas del río Pactolo, porque allí fue donde se bañó el alocado rey Midas para dejar de ser el rey más rico del mundo, y también el más desdichado.