Erase una vez, había una niña huérfana que amaba bailar y su nombre era Karen. Lo que más quería en el mundo, eran unas zapatillas rojas para poder danzar todo el día.
Una noble y generosa señora decidió adoptar la niñas y, puesto que poseía muchos dineros, la lleno de regalos y dulces para cumplir todos sus caprichos y llenarla de mimos.
Un día, la señora le pidió a la niña que se vistiera para una importante fiesta y le dió el dinero suficiente para comprar unos zapatos de vestir. Pero la niña, al ir a la tienda, vio unas hermosas zapatillas rojas y decidió ignorar las órdenes que le habían dado.
Al llegar a la fiesta, todo el mundo hablaba sobre los zapatos de la niña y lo inadecuados que eran. La señora se sintió humillado y regañó a Karen. Pero la niña ignoró sus palabras y siguió bailando sin importarle nada.
Al poco tiempo, el destino decidió castigar a Karen y la señora que tanto la amaba murió repentinamente. Karen debía vestirse de negro para el funeral. Pero al ver sus hermosas y brillantes zapatillas, decidió usarlas y bailar con ellas.
Un mendigo que se encontraba cerca del funeral, vió como bailaba la niña y se ofreció a lavar sus zapatos. Al hacerlo,se acercó a ellos y les susurró: “ajustense bien al bailar”.
Al terminar la ceremonia, la niña sintió un extraño cosquilleo en sus pies y luego notó que sus zapatillas cobraban vida y comenzaron a danzar solas. Karen no sabía cómo detenerse. Con el paso del tiempo, sus piernas, sus pies y todo su cuerpo se sentía cansado y adolorido.
Entonces, arrepentida de su vanidad, decidió ir a la casa del monstruo de la colina y pedirle que le cortara sus pies. Para así pedir perdón a todos y rezar para que la noble señora supiese cuánto se arrepentía.
Pero en cuanto llegó a la casa del monstruo y tocar su puerta, se sorprendió al ver al mendigo sonriendo frente a ella: “bonitos zapatos” le dijo. “Se que he sido una niña muy vanidosa, pero si me quitas las zapatillas, prometo no serlo nunca más”.
El mendigo se acercó a las zapatillas y les susurró: “ya pueden dejar de bailar”. Dicho esto, la niña abandonó su danza y se despidió del mendigo con un fuerte abrazo.
Luego, corrió hacia el pueblo y pidió disculpas a todos los aldeanos por ser tan vanidosa. Después de disculparse, corrió hacia la tumba de la señora y lloró hasta quedarse dormida. A la mañana siguiente, dejó sus zapatillas junto a la lápida. Prometió nunca dejar que la vanidad la volviese a consumir.
Cuenta la historia, que después de estos acontecimientos, Karen se volvió la bailarina más famosa de todo el país. Pero aún llena de fama, nunca existió una persona más humilde y cariñosa que ella.