Sin dudas uno de los cuentos que recordamos de nuestra infancia es “El príncipe rana” de los afamados hermanos Grimm. Y no solo porque despertaba nuestra imaginación sino por las grandes enseñanzas que nos dejaban.

Lo curioso es que la historia tiene un final distinto según las versiones. En la original, termina de una manera particular, muy adaptada a la época, y en la versión actual tiene un final moderno.

Una historia para compartir en familia y que reproducimos a continuación.

El cuento infantil El príncipe rana

Hace muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro.

Un día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo. Entonces la princesa empezó a llorar.

De repente, la princesa escuchó una voz.

—¿Qué te pasa, hermosa princesa? ¿Por qué lloras?

El príncipe rana

Un cuento El príncipe ranaque deja grandes enseñanzas.

La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.

—Ah, ranita —dijo la princesa—. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.

—Yo la podría sacar —dijo la rana—. Pero tendrías que darme algo a cambio.

—¿Qué te parecen mi perlas y mis joyas?- sugirió la princesa

—¿Y qué puedo hacer yo con una corona? —dijo la rana—. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga.

—Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando —propuso la rana.

Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías, accedió. Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.

La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al castillo.

—¡Espera! —le dijo la rana—. ¡No puedo correr tan rápido!

Pero la princesa no le prestó atención.

¿Y qué pasó al día siguiente?

La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio. Y una voz:

—Princesa, abre la puerta.

Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las narices.

El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:

—¿Qué quiere esa rana? —preguntó el rey.

Mientras la princesa le explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.

—Déjame entrar, princesa —suplicó la rana—. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?

Entonces le dijo el rey:

—Hija, si hiciste una promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.

A regañadientes, la princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:

—Súbeme a la silla, junto a ti.

—Pero, ¿qué te has creído?

En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:

—Acércame tu plato, para comer contigo.

rana

El cuento resalta el valor de la amistad.

La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se sintió satisfecha dijo:

—Estoy cansada. Llévame a dormir a tu habitación.

¿Y qué pasó entonces?

La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:

—Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.

La princesa no tuvo más remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas. Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó.

—Yo simplemente deseaba que fueras mi amiga —contestó la rana—. Pero es obvio que tú nada quieres saber de mi. Creo que lo mejor será que regrese al pozo.

Estas palabras ablandaron el corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en un tono dulce:

—No llores. Seré tu amiga.

Para demostrarle que era sincera, la princesa le dió un beso de buenas noches.

¡De inmediato, El príncipe rana se convirtió en un apuesto príncipe!. La princesa y el príncipe iniciaron una hermosa amistad. Al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy felices.